En los tiempos que corren, ya no alcanza con ser un conocedor de ciertos aspectos del juego en los que cada líder de grupo se sienta preparado o capacitado, sino que hay que ir más allá. La pregunta es: ¿a qué debe adaptarse cada director técnico para ser más completo?
Para obtener una respuesta a este interrogante basta con hacer un análisis propio sobre fortalezas y debilidades. Existen, no solo en la vida sino también el fútbol (un fiel reflejo de ella), características que nos representan, aquellas con las que nos sentimos cómodos y confiados. Pero al mismo tiempo encontramos conocimientos que no poseemos o espacios que preferimos evitar.
Este artículo trata justamente sobre todo eso que nos obliga a salir de la zona de confort. Y apela a que cada entrenador, del nivel o ámbito que sea, consiga reflexionar y autoconocerse para incursionar en dimensiones que le resulten desconocidas (o, al menos, no tan familiares).
El autoconocimiento y el constante aprendizaje del entrenador son claves en el proceso de desarrollo de los jugadores.
Si, por ejemplo, un entrenador tiene como virtud principal motivar a sus dirigidos, tocando fibras íntimas que potencien el desempeño, creerá que no necesita profundizar en el aspecto psicológico o capacitarse sobre táctica, técnica y estrategia, si con lo que conoce “le alcanza”. Y ahí radica el principal error que cometemos quienes estamos a cargo de un grupo: conformarnos y no ir por más.
Porque no debemos olvidarnos que quienes recibirán nuestras enseñanzas, así como también limitaciones e inseguridades, serán los propios jugadores. Si un entrenador no posee herramientas para cierto aspecto del juego (y tiene miedo de aprenderlo), sus dirigidos quedarán sin recibir formación sobre ese área o acción. Los límites del director técnico se traducen, por decantación, en los límites que tendrá el jugador para adquirir esos conocimientos.
Una manera aun más fácil de entenderlo y darse cuenta de este déficit es trazar un paralelismo con lo que, en el rol de entrenador, demandamos a nuestros jóvenes. Todos, o la gran mayoría, tratamos que los jugadores mejoren y realicen un proceso de aprendizaje en los diferentes aspectos del fútbol, tomando a los estímulos externos como potenciadores del desarrollo, exigiendo que donen su capacidad a su propio servicio y del equipo que integran.
Superar los obstáculos y romper barreras genera posibilidades de crecimiento personal y profesional.
Así planteado, el proceso del entrenador es prácticamente similar, ya que si quedamos estancados en lo que conocemos y no en lo que “podemos saber” o “podemos aprender”, seremos medios entrenadores y no entrenadores completos.
Por esto arriba descripto es que consideramos que para ser entrenador no basta con especializarse en algunos dominios, sino que se debe incursionar en terrenos en los cuales no nos sentimos tan cómodos. Eso, está claro, genera dudas sobre si podremos hacerlo y por sobre todo miedo a equivocarse o a soportar los obstáculos que puedan aparecer en el camino. Tranquilos, a todos nos pasa.
Ser un “entrenador camaleónico”, por lo tanto, implica romper con las barreras impuestas en muchos casos por nuestras propias limitaciones, viendo el desarrollo y aprendizaje como una amenaza, y no como una posibilidad de crecimiento. Adaptarse a los diferentes contextos, situaciones y estar dispuestos a brindarnos, dejando las inseguridades de lado.
Sigamos creyendo que podemos ser mejores, el camino es largo y, si nos mantenemos atentos, cada día aprenderemos algo nuevo.